Buscar
Seguinos! Visitanos en Facebook Visitanos en Twitter
PUBLICIDAD
Publicite en Tumirador
Trevelin «
El Malacara
John Daniel Evans era un explorador nato a la par que un hombre de acción. Sucedió que en el año 1882 había llegado al país procedente de Australia, cierto capitán Richards, quien se instaló con toda su familia en Patagonia. “Este señor fue dos veces millonario –acota Evans- y por un motivo u otro perdió todo lo que tenía. Cuando vivía a orillas del Chubut nuevamente nació en él la idea de buscar oro y en esas circunstancias yo me contagié con otros amigos de ir en busca de los yacimientos auríferos y fui propuesto como baqueano de la expedición, dado mi conocimiento del desierto y las costumbres de los indígenas”.
Comenta Evans en su diario personal: “Viajamos tranquilos y felices hasta el llamado hoy Valle de los Mártires. En ese sitio nos encontramos con un jefe militar del Gobierno Argentino de nombre Comandante Roa, en compañía de muchos soldados. Traía el Comandante Roa mucha indiada en calidad de presos rumbo a Rawson.
El mismo Evans narra las circunstancias del trágico día que enluto a la comunidad galesa: “El sábado 4 de marzo se asomó el sol lentamente en el horizonte y yo agarré el mejor caballo, el Malacara, con el fin de cazar algunas liebres maras (...).Todo este tiempo habíamos viajado carabina en mano, pero ahora pensábamos que no sería necesario y así las pusimos en el carguero, menos los revólveres y sables”. “Yo arreaba la caballada al lado derecho –sigue narrando Evans- Parry a mi izquierda, después John Hughes y último Richard Davies. Formábamos un pequeño semicírculo para arrear catorce caballos, sin pensar en nada, sin ni siquiera mirar atrás. Cuando de pronto sentimos un tremendo aullido y gritos de guerra de los indios e inmediatamente la atropellada de los caballos. Eché una mirada hacia atrás y vi sus lanzas brillar al sol. Los indios nos rodearon, sentí el chuzazo de una lanza en mi paleta izquierda y antes de que consiguiera reaccionar, vi a Parry caer a tierra con una lanza clavada al lado derecho. No sé si los otros compañeros estarían también heridos, porque hasta ese momento se mantenían sobre sus caballos”. “Clavé las espuelas en las costillas del Malacara, rompí el primer cerco de lanceros en el mismo instante que un indio que se encontraba a la retaguardia tomaba su lanza con ambas manos y me la arrojaba: logré desviarla con mi brazo y la vi clavarse en la arena al lado de mi caballo. Antes que tuvieran una segunda ocasión, mi Malacara con dos saltos salió de su alcance y ahora disparaba dando tremendas brazadas a todo lo que daban sus patas, hacia el noroeste, mientras un tropel de indios me perseguía”. “Yo tenía en mano mi revolver listo, pero era de pésima calidad y en su tambor tenía solo cuatro balas que las reservé hasta último momento, por si fuera capturado. Estaba bien seguro que a uno o dos de ellos bajaría por lo menos”. “Me veía acorralado. El zanjón (a cuyo borde llegó) tenía una altura aproximada de 3,60 metros; en el fondo del mismo había arena blanda. El caballo creo que percibió mi intención, saltó al fondo del barranco y cayó extendido, con las manos y patas abiertas. De repente se levantó dando un brinco: yo me mantenía aferrado al recado por el terror que sentía; (el Malacara) sin detenerse franqueó un nuevo obstáculo, un barranco más bajo, mientras resollaba como pidiendo un poco más de tiempo”. “Con el salto del barranco puse varios cientos de metros de distancia con los indios, porque ellos tuvieron que buscar un sitio para poder bajar...”
Evans consiguió ganar distancia hasta perder de vista a la indiada. Galopó dos días con sus noches sin darse casi un resuello, parando solo para dar agua al caballo que sangraba de las patas y estaba al límite de su resistencia. Por último avanzó a pie, tirando el sillero de las riendas, para no dejarlo abandonado a su suerte.
“El Malacara apenas podía moverse; (estaba) dolorido y en extremo agotado, (con los cascos) heridos hasta el hueso, que brotaban sangre (a causa del) terreno rocoso que habíamos recorrido, la velocidad y la falta de herraduras”.
Finalmente Evans se cruzó con un colono llamado Davies, quien le facilitó un caballo y se comprometió a llevar de tiro al agotado Malacara. Ocho días después, una partida compuesta por 42 voluntarios pertrechados con armas cortas y 21 Remington, llegaron al lugar de la tragedia. Guardo en secreto por respeto a mis compañeros, la descripción detallada de lo horrendo de todo aquello”, concluye Evans. A consecuencia de esa terrible tragedia, el lugar fue llamado “Valle de los Mártires”, nombre que conserva hasta el día de hoy.
A partir del año 1888, algunas familias galesas se desplazaron hasta la colonia 16 de Octubre, donde fundaron el actual Trevelin y donde John Daniel Evans construyó el primer molino harinero del Chubut, que con el tiempo se transformó en el “Molino Industrial Andes”. El fiel Malacara murió allí en el invierno de 1909 a la edad de 31 años, a causa de una caída sobre el hielo. Fue enterrado en el parque de los Evans, junto a un pedrejón donde aún hoy se lee –esculpido con letras de molde- el siguiente epitafio:
AQUÍ YACEN LOS RESTOS
DE MI CABALLO EL MALACARA
QUE ME SALVÓ LA VIDA EN EL ATAQUE DE LOS INDIOS
EN EL VALLE DE LOS MÁRTIRES EL 4-3-84
AL REGRESARME DE LA CORDILLERA
RIP
JOHN D. EVANSJOHN D. EVANS
Cargando banner...
Ingresar
PUBLICIDAD
Publicite en Tumirador
Turismo de la patagonia