Buscar
Seguinos! Visitanos en Facebook Visitanos en Twitter
PUBLICIDAD
Publicite en Tumirador
Caviahue - Copahue «
Las Termas de Copahue
Hace mucho tiempo, entre los mapuches que vivían cerca de la Cordillera del Viento, al norte de Neuquén, hubo un cacique llamado Copahue. Cuentan que hizo muchas guerras, pero que su batalla más terrible la libró solo y por amor.
Una tarde, Copahue volvía de Chile con sus hombres. Ya estaban bien entrados en el paso cuando el viento, que los había acompañado desde el momento de iniciar el cruce, empezó a soplar más fuerte. En un rato más se convirtió en huracán: corría desatado, loco, por las quebradas, levantando el polvo, arrastrando las piedras, empujando peligrosamente ladera abajo grandes rocas. La expedición se empecinaba por el camino: cada hombre avanzaba como podía, con la cabeza gacha, los ojos medio ciegos y las orejas heladas, mientras los perros se detenían, aullaban y, sin encontrar otro refugio, volvían corriendo junto a sus amos. Hasta que un derrumbe los dispersó.
El viento se había calmado y Copahue, herido por los proyectiles, ahora caminaba solo, buscando orientarse en la semioscuridad del crepúsculo. De pronto vio en una altura un resplandor aislado, la curva de un toldo iluminado por el fuego. Hasta allí subió Copahue con dificultad, pero sus penurias parecieron esfumarse en cuanto levantó el cuero de la entrada. Sentada sobre las pantorrillas ante la hoguera, una mujer hermosa lo miraba entrar. Sin sorprenderse, le dijo:
-Podés entrar, Copahue, yo soy Pirepillán.
Pirepillán curó al cacique, le convidó miel de shiumén y después, mientras Copahue terminaba su muschay, le vaticinó:
- Antes de que te vayas, quiero decirte algo: sin duda llegarás a ser el más poderoso de los mapuches, pero eso mismo te costará la vida.- Entonces Pirepillán levantó el cuero y Copahue se fue, confundido, pensando en la gloria que llegaría, sin saber que se había enamorado de la hija de la montaña, el hada de la nieve.
Poco tiempo después Copahue fue, efectivamente, el cacique más rico y poderoso. Los negocios y las guerras lo hicieron señor de todos los mapuches, desde el Domuyo al Lanín. Cuando entraba en los valles al frente de su ejército, todo coraje y decisión, había muchos que lo creían invencible y se pasaban de su lado.
Pero Copahue, sobre todo después de las batallas, extrañaba a Pirepillán, que no era como ninguna de las mujeres que había querido. Y su recuerdo estaba siempre allí.
Un día oyó contar a un mapuche del norte que el hada de la nieve estaba presa en la cumbre del volcán Domuyo, se decía que un tigre feroz y un monstruoso cóndor de dos cabezas no dejaban que nadie se le acercara.
Con todo el entusiasmo que da el amor, se apuró a preparar la expedición. Todos los machis desaprobaron la empresa y le dieron sus razones a Copahue: indudablemente todo era obra de un hechizo, y para vencerlo era necesario un talismán especial más valioso que el oro, más fuerte que el poder.
Copahue se despidió de sus hombres al pie del Domuyo y comenzó a subir solo. Copahue estuvo a punto de abismarse muchas veces, arrastrado por un viento bramante, y aguantó los derrumbes aferrado como podía a las rocas cubiertas de hielo.
Ya cerca de la cumbre pensó que la proeza era imposible, tenían razón sus consejeros, y por primera vez se sintió vencido, solo, desesperado. Entonces rogó a Nguenechen. No había terminado su oración cuando vio el soñado resplandor brotando de una grieta.
No alcanzó a ver a Pirepillán porque un puma colorado, enorme y furioso, se le abalanzó. Pero Copahue era rápido, y de un golpe tremendo de su lanza mandó al animal montaña abajo.
-Por fin llegaste, Copahue- dijo Pirepillán tendiéndole la mano. Copahue le retuvo y se agachó para abrazarla, pero un cóndor arremetió contra ellos, tirando doblemente picotazas, clavándoles la mirada fría de sus cuatro ojos. Entonces Copahue levantó su pequeño cuchillo y de dos blandazos cercenó la cabeza del pájaro, que suavemente acarició las rocas con sus alas inertes y cayó muerto a sus pies.
Ahora sí se abrazaron Copahue y Pirepillán, y comenzaron a bajar juntos el volcán.
- Yo sé el camino - dijo Peirepillán, y guió a su salvador por una pendiente accesible, empedrada de oro.
Copahue no podía creer lo que veía:
-¡Era verdad!- gritaba- ¡Es el famoso tesoro del Domuyo!- Y ya se agachaba a recoger las pepitas que iba pisando.
-No subiste hasta acá por el oro- dijo deteniéndolo, seria, Pirepillán -. El tesoro siempre fue de la montaña. ¿Quién sabe lo que podría ocurrirnos? Vamos, ya estamos juntos, no precisamos más que eso. Y Copahue se dejó llevar, dejando atrás el camino reluciente.
Copahue condujo a Pirepillán con su gente y vivieron muchos años como marido y mujer. Pero su pueblo nunca aceptó a la extranjera, nunca quiso a la hija de la montaña, la que había alejado al cacique de los suyos, la que se había llevado a Copahue más allá de la Cordillera del Viento y lo había devuelto sin deseos de gloria, sin ánimos de guerra. Y cuando los de Chillimapu los derrotaron y mataron a Copahue en una batalla, el odio contra Pirepillán se desató.
Una noche la fueron a buscar hasta su toldo, siempre rodeado de esa luz inexplicable. Se la llevaron a los empujones y a los golpes, insultada, en medio del griterío y el humo de las hogueras, hasta el extremo del valle, allí donde comienza la ladera. Condenada a morir, mirando con horror las lanzas que pronto arremeterían contra ella, Pirepillán llamó con todas sus fuerzas al muerto que una vez la había salvado:
- ¡Copaaaahueeeeee! ¡copaaaaa hueeee!
El grito pareció enfurecer todavía más a los mapuches, que se apuraron a derribarla e hicieron brotar la sangre transparente del hada de la nieve. Y en el lugar de su muerte, al pie de la montaña, siguió corriendo para siempre su cuerpo deshecho en agua sanadora.

Fuente: “Fragmentos de Leyendas de la Patagonia”, Julia Saltzmann, Edit. Planeta.
Cargando banner...
Ingresar
PUBLICIDAD
Publicite en Tumirador
Turismo de la patagonia